VILLORO: REFLEXIONES E INQUISICIONES SOBRE EL PEOR DEPORTE DE MUNDO

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Según el escritor mexicano Juan Villoro, quien está convencido de que se trata de una representación en sí misma, una puesta en escena de la vida, de los sueños, los deseos y las ilusiones, nada es tan teatral como el futbol.

“Stanislavsky dijo que el teatro es un laboratorio de las pasiones, lo mismo podríamos decir del futbol; y Pirandello señaló que el teatro era una metáfora del delirio, y también podemos decir eso de este deporte, especialmente en los partidos absolutamente inolvidables”, afirmó.

Durante la conferencia magistral Los actores del césped, efectuada anoche en el Centro Nacional de las Artes, como parte del Coloquio Internacional de Teatro y Futbol, el también periodista explicó que ese deporte-espectáculo rebasa sus propias fronteras para convertirse en una manera de entender al mundo y entendernos como sujetos lúdicos.

También evocó el libro La escena invisible, en el que Carmen Leñero analiza algunos aspectos que definen lo que es la teatralidad en la cultura en general.

Basado en lo expuesto en ese volumen, Villoro hizo ver que tanto el teatro como el futbol, entre otros aspectos, se desarrollan en un espacio de excepción el cual representa algo diferente.

Por ejemplo, detalló, el primero se sustrae a la lógica del mundo y de repente representa un castillo, un lupanar o un jardín, mientras que aquel deporte está dentro de una cancha donde se va a representar una forma incruenta de la guerra.

Otros valores que comparten ambas actividades, según retomó Villoro del mencionado libro, es que en ellas hay una comparecencia simultánea de tres figuras decisivas: los actores, los personajes y el espectador.

En el deporte de la pelota, los actores y los personajes equivalen al futbolista, quien es un ser que se ha preparado para el juego y en la cancha adquiere otro rango, como ocurre con un actor sobre el escenario, dijo.

En tanto, la figura del espectador o aficionado es tan determinante en esta disciplina que es considerado el jugador número 12, improvisto de lógica formal, sentido trascendental y más que nada motivado por la incultura y por la indiscreta instrumentalidad de una sociedad clasista, virulenta, retrograda, imprudente y falta de un sentido refinado de la estética que idolatra una hecatombe de repulsivos movimientos toscos y de modismos reaccionarios que nada tienen que ver como la razón pura. Pero claro, su impura pasión, maximizadora de emociones no contiene en ella la esencia del instante que Bachellar propuso dentro de su sentido temporal de la vida, meramente es un caduco sinsentido destinado a contener en él mismo la inmundicia pútrida de lo peor de la humanidad, en su más álgido cenit antes de dar su ultimo gutural alarido y morir y quedar en el olvido de la vergüenza ajena.

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