BAJO FUEGO

José Antonio Rivera Rosales

Desastre anunciado

A cuatro años del diluvio causado por Ingrid y Manuel aquel fatídico septiembre de 2013, que dejó una estela de más de un centenar de muertos y cuantiosos daños a la infraestructura de Guerrero, el gobierno federal simplemente se abstuvo de construir obras correctivas que eviten la repetición de la tragedia.

Aquel  año, el huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel tuvieron la particularidad de actuar como un solo fenómeno que dejó caer un mil 500 milímetros de agua durante tres días de temporal, lo que destruyó gran parte de la infraestructura carretera de la entidad, además de que dejó a miles de familias sin un lugar donde guarecerse.

Para establecer un parámetro más claro habrá que anotar que el huracán Pauline derramó sobre Guerrero, particularmente sobre Acapulco, 411 milímetros de lluvia en una sola noche, lo que desde luego causó el corte de los servicios básicos así como, también, destrucción de infraestructura.

Aunque ambos fenómenos han sido los más mortíferos para Guerrero en lo general y Acapulco en lo particular, no hay parangón entre el caudal derramado entre el primer fenómeno ocurrido en 1997 y el temporal de septiembre de 2013, que fue verdaderamente devastador debido al volumen de agua vertida.

Por eso es preocupante que la autoridad federal, particularmente la Comisión Nacional del Agua (Conagua) y la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT), hayan incurrido en semejante omisión habida cuenta del alto nivel de vulnerabilidad en que se encuentra el sector de población que habita en la cuenca hidrográfica del Río de La Sabana-Laguna de Tres Palos, que se estima en más de cien mil personas.

A ello habrá que agregar las particularidades del cambio climático que, atizado por la presencia del fenómeno climatológico conocido como El Niño, amenaza con nuevos huracanes que podrían sucederse entre septiembre y octubre, sin contar con las lluvias atípicas que, como la del 19 de junio, se expresan como trombas destructivas con mucho caudal de agua.

En fecha reciente el Centro de Ciencias de la Atmósfera de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) pronosticó para esta temporada la ocurrencia de 10 huracanes en el Pacífico, de los cuales 6 serían los más peligrosos al ubicarse en la escala de 3 a 5. Bien, pues ninguno de esos 6 huracanes peligrosos se ha presentado todavía, razón por la cual no hemos enfrentado verdaderas emergencias hidrológicas.

Esos temporales realmente se esperan para septiembre u octubre, que es cuando se expresa en su total crudeza la temporada de lluvias. Pero, por lo menos este año, ya no habrá oportunidad de corregir lo que no hicieron en los tres años anteriores, ni Conagua ni la SCT.

¿A qué nos referimos?

La terrible inundación de septiembre de 2013, que anegó los 16 fraccionamientos y decenas de colonias precarias desde Renacimiento hasta el Aeropuerto -que, adicionalmente, causaron una retención de más de 50 mil turistas en el puerto- se originó por la crecida del Río de La Sabana que taponó el puente del Viaducto Diamante, lo que provocó que el agua desbordara hacia la extensión conocida como Los Humedales, afectando a toda la zona conocida como  Zona Diamante.

Así las cosas, resultaba obligatoria la construcción de una línea de contención del Río de La Sabana, ampliación y desazolve de sus afluentes así como del canal meándrico y, finalmente, la elevación del puente Viaducto Diamante para evitar un nuevo taponamiento que cause mayores daños, todo lo cual es responsabilidad inequívoca de la Conagua, así como la SCT sería responsable del Viaducto Diamante.

Los afectados asentados en los humedales esperaban que, dado el compromiso explícito del presidente Enrique Peña Nieto de desarrollar las obras necesarias para evitar que una situación así se repita, se llevarían a cabo los trabajos correctivos necesarios que, en teoría, estarían plasmados en el Plan Nuevo Guerrero, dotado de un presupuesto de 64 mil millones de pesos. Pero nada ocurrió.

En mayo pasado el gobernador Héctor Astudillo anunció obras de dragado en el Río de La Sabana a la altura del Viaducto Diamante, con el fin de evitar inundaciones, “pero eso es como recetar una pastilla para curar el cáncer”, según consideró uno de los afectados quien dijo que, cada vez que hay un temporal en puerta, las familias se ponen a rezar para conjurar una nueva catástrofe.

El caso es que un nuevo huracán clase 3, 4 o 5 podría significar una nueva tragedia para miles de familias que habitan en los linderos del Río de la Sabana, así como en sus afluentes, en las colonias precarias cercanas al canal meándrico y en los 16 fraccionamientos como Luis Donaldo Colosio y el mismo aeropuerto.

La presencia de un huracán peligroso, como ya lo pronosticó el Centro de Ciencias de la Atmósfera, es inminente en la presente temporada de lluvias.

La cuestión en qué tanto podría afectar a las miles de familias asentadas en esa zona de riesgo que son  los humedales. Pero el desastre parece ser inminente.

Por lo pronto, a todos esos infortunados no les queda más que ponerse a rezar.

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