Derecho Ciudadano

Por: María del Socorro Castañeda Díaz

Contingencia ambiental

Hasta hace unos años, para los habitantes de la capital mexiquense el concepto parecía lejano, o al menos la idea más popular del tema indicaba que solamente en la Ciudad de México se vivía expuesto a altos niveles de contaminación. No me dejarán mentir los toluqueños de hueso colorado, que hasta hace unas décadas se daban el lujo de decir que los “pobres” habitantes del entonces llamado Distrito Federal vivían “bajo el esmog” y sufrían lo indecible por esta causa, mientras que en nuestra ciudad respirábamos un aire puro y transparente.

Pero el tiempo ha pasado y se ha roto escandalosa y lamentablemente el mito de una Toluca tranquila, limpia y, sobre todo, respirable. Obviamente esto no ocurrió por arte de magia. Los habitantes de esta cada vez más conflictiva ciudad somos los únicos responsables. Todos, en pequeña o gran escala, hemos causado una situación que nos agobia y nos preocupa, porque, además, no tenemos muy claro cuáles pueden ser las consecuencias a corto y mediano plazo.

Y ese es, sin duda, uno de los problemas más serios e importantes: no tenemos información clara que nos permita corregir y sobre todo, prevenir lo que puede suceder si continuamos viviendo en un nivel de contaminación tan importante.

Envueltos en humo y seguimos de irresponsables con el ambiente.

Seamos honestos: ¿quién de nosotros sabe exactamente qué son las “partículas PM 2.5”? Eso es lo que la Secretaría del Medio Ambiente de la entidad nos informa que hay en el aire, y es sencillo encontrar en concepto utilizando Internet. Así tenemos que, según la Oficina de Evaluación de Riesgos de Salud Ambiental (OEHHA, por sus siglas en inglés) “la materia particulada o PM (por sus siglas en inglés) 2.5, son partículas muy pequeñas en el aire que tiene un diámetro de 2.5 micrómetros (aproximadamente 1 diezmilésimo de pulgada) o menos de diámetro. Esto es menos que el grosor de un cabello humano. La materia particulada es una mezcla que puede incluir sustancias químicas orgánicas, polvo, hollín y metales. Estas partículas pueden provenir de los automóviles, camiones, fábricas, quema de madera y otras actividades”.

Esas partículas en el aire son un elemento preocupante, sobre todo porque tienen efectos en la salud que debemos tomar en cuenta. Siempre de acuerdo con la OEHHA, dichos efectos se hacen sentir con mayor énfasis en las personas con enfermedades cardíacas o pulmonares, adultos mayores y niños, pero incluso los adultos sanos pueden presentar síntomas temporales si se exponen a altos niveles de contaminación por partículas. De esta forma, se pueden presentar irritación de los ojos, nariz y garganta, tos, opresión en el pecho y dificultad para respirar, función pulmonar reducida, latidos irregulares del corazón, ataques de asma y en casos extremos, ataques al corazón y muerte prematura en personas con enfermedad cardíaca o pulmonar.

En síntesis: las autoridades recomiendan, en 16 municipios del Valle de Toluca, entre otras medidas, no realizar actividades al aire libre y que los infantes y las personas de la tercera edad, así como quienes estén enfermos de las vías respiratorias se queden en casa, donde además hay que procurar mantener cerradas puertas y ventanas, no encender velas o incienso y no fumar.

Y todo esto quiere decir que la situación es muy complicada, pero no para todos, o al menos la conciencia de la gravedad del asunto no ha alcanzado a todas las personas. Mientras escribo estas líneas, escucho no muy lejos cómo en algunas iglesias de la zona están festejando al santo patrono de la agricultura, San Isidro labrador.

Nada en contra de las creencias de las personas. Cada uno tiene derecho a expresar su fe como mejor le acomode, siempre y cuando no afecte a la comunidad. Y esto es precisamente lo que está sucediendo. Los devotos fieles del santo han pasado muchas horas en diversos lugares del Valle de Toluca lanzando cohetes para honrarlo. Hay quien justifica el tema con la necesidad social de continuar con una profunda tradición que representa el rito de hacer ruido sin una razón, pero en realidad, una costumbre que sinceramente ya es anacrónica provoca problemas en más de un sentido.

Lo inmediato es el modo en que el ruido molesta y altera a las personas y a los animales de compañía, sin contar con el riesgo latente que representa para quienes encienden los cohetes, además de los casos dramáticos de los talleres en los que se fabrica la pirotecnia, donde se han registrado explosiones que han traído como consecuencia el fallecimiento de muchas personas.

Luego, obviamente, está la contaminación que representa la quema de cohetes. Quienes están a favor de mantener la tradición, dicen que la pirotecnia es casi inofensiva y no puede compararse con la contaminación que emana de los vehículos automotores, sobre todo los del transporte público. Ese es otro tema que también importa, pero me temo que la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales de la federación (Semarnat)  tiene otra idea, porque señala, en su página oficial, que “neutralizantes, oxidantes y aglomerantes se mezclan en la pirotecnia, además del perclorato de sodio que da propulsión al cohete, los metales pesados que aportan el color y los aerosoles que producen la detonación”. Para que se enteren los tradicionalistas y fervientes católicos, la misma Semarnat señala que “ya en los aires, esa mezcla libera, entre otros, monóxido de carbono (CO) y partículas suspendidas (PM2.5), y junto con las emisiones del transporte, fábricas, fogatas, calentones y quema de llantas o basura, genera, alta contaminación, escasa visibilidad y sensación de neblina”.

Pero todo esto parece que a muchas personas simplemente no les importa, y lo más preocupante es que a las autoridades parece entrarles por un oído y salirles por el otro. O quizá no tienen el valor suficiente para hacer lo que deben y, con todo respeto, hablar con los curas y pedirles que hagan que las personas entren en razón. Tal vez lo que ocurre es que los propios sacerdotes tampoco quieren razonar mucho y no ven otra cosa que la inversión importante que los feligreses han hecho y no pueden negarles el gusto de quemar su dinero en honor al santo.

Se comprende el problema social que podría representar decir a las personas, al pueblo bueno y sabio, que no pueden continuar obligando a quienes no comparten sus creencias a respirar la contaminación que generan. El tema es delicado y no se puede negar lo que representan en el aspecto social, cultural y económico las fiestas patronales. Pero por algo hay que empezar y los alcaldes, empezando por Gabriela Gamboa, presidenta municipal de Metepec, donde tanta devoción tienen por San Isidro, deberían tener el valor suficiente para atender una situación de emergencia y demostrar para qué sirve la autoridad que se les ha conferido y que no tendría por qué ser mayor que la que ejercen los párrocos, que por su parte deberían, como ciudadanos que ya son, contribuir a mejorar la vida de la comunidad y hacer lo suficiente para que las personas entendieran la importancia de considerar que sin cohetes también se puede festejar.

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