EL PAÍS HOY

Ernesto Soto Paez

Transporte urbano, un mal necesario

Viajar en transporte público hacia algún punto de la ciudad es ya un riesgo casi generalizado. No es una exageración es una realidad, la cual la autoridad no ha podido revertir, es un monstruo de mil cabezas que puede salirle al paso a quienes utilizan el autobús, un micro o hasta el metro, un hecho cotidiano que aunque peligroso, es un mal necesario.

El riesgo de viajar en cualquier tipo de transporte público se puede dividir en tres vertientes, aunque la inseguridad para los usuarios tiene otras cuestiones de riesgo: primero están los choferes y sus ayudantes soeces; después siguen los asaltos, muchas veces sangrientos y después los abusivos pedidos de dinero, agresivos despojos disfrazados de cooperación por parte de los amenazantes “carameleros”.

Primer tiempo. Al ingresar a un transporte público hay que pagar por adelantado el pasaje. Muchas veces el conductor no entrega el cambio de un billete, porque dice que no trae monedas sueltas. Esto es una forma de esperar a que por las prisas, el pasajero olvide pedir su cambio; pero cuando lo hace, se expone a ser ofendido por un conductor poco amable que casi le avienta las monedas.

En general las unidades de transporte están sucias, en mal estado, y a esto hay que agregar que los conductores no están educados para atender al público usuario. Además van sucios, maldiciendo, ofendiendo al pasajero que no sube rápido, y obligando al pasaje a escuchar música salsa a todo volumen.

Segundo tiempo. Es un hecho cotidiano que en cualquier punto de un viaje, en cualquier sitio, el pasaje esté expuesto a ser asaltado con violencia. A veces la delincuencia utiliza armas de alto poder, otras objetos punzo cortantes. En estos casos, la delincuencia tiene sus víctimas entre obreros, oficinistas y amas de casa, jamás se expone en otros sitios, y aplica siempre la violencia para lograr sus fines.

No es raro, tampoco, que choferes y delincuencia estén coludidos, que haya algunas ganancias que comparte, aunque a últimas fechas han surgido vengadores anónimos que enfrentan a balazos a la delincuencia. Ante la parsimonia de la autoridad, ahora hacen las veces de la misma, ciudadanos armados con afanes de héroes; otras veces elementos policiacos o de otras corporaciones de autoridad, sacan las armas y cruzan disparos con los asaltantes.

Tercer tiempo. En todas las rutas del transporte público, cosa general ya, se suben dos o hasta tres jóvenes con pinta de maleantes a vender cualquier tipo de golosina de mala calidad y a precios elevados. Estos jóvenes, pelados casi a rape, con gorras puestas al revés, playeras y pantalones de mezclilla muy usados y con un tono arrastrado de arrabal, presionan para que se les compren sus productos o piden “la monedota pal’taco”.

Estos llamados “carameleros” invaden, de pronto, el transporte, se ubica uno de ellos en la subida, otro recorre poniendo el producto en el regazo de los pasajeros y otro más se va al fondo del vehículo como en posición de asalto y desafiando al pasaje.

En todos estos casos, no hay una vigilancia estrecha para defender al pasaje; las autoridades están ausentes y cuando llegan a intervenir es a destiempo, cuando el ilícito ya se cometió. En el caso de los “carameleros”, muchos son ex presidarios, y los primeros en salir perjudicados son los choferes, a quienes en algunos puntos de su ruta amenazan con agredir, en caso de evitarles el ascenso a las unidades de transporte. ¿Y la policía?

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