EL PAÍS HOY

Ernesto Soto

Todos somos migrantes

Parecerá un desatino, pero todos somos migrantes de hecho o en potencia. Los mexicanos, alguna vez en la vida hemos pensado en emigrar por los beneficios económicos que traería a nuestra familia, no obstante los riesgos que un viaje a los Estados Unidos implicaría, entre estos, hasta el de perder la vida.

Desde las dos primeras décadas del siglo pasado, empezó a germinar en México que irse a trabajar al vecino país del norte era la solución a los problemas económicos, algo así como sacarse la lotería. Y se apoderó de nosotros esa ficción porque tuvimos un amigo, un vecino o un familiar que después de irse como indocumentado sin destino ni dinero, regresó como mucho dinero.

El auge de la migración se dio en los años cuarenta, cuando Estados Unidos entró en guerra, y como su economía requería de mano barata, echó mano de los mexicanos, pero fue solo un momento, después siguió la discriminación y la barbarie en contra de nuestros paisanos.

El caso es que por ellos se piensa en esa opción, porque en México el trabajo escasea y aunque pareciera que estamos en jauja y que el país ha evolucionado económicamente, el dinero no fluye a toda la población, sólo un pequeño grupo de inversionistas goza de las ganancias.

También es muy cierto que las remesas de los migrantes se han convertido en uno de los primeros rubros que sostienen la economía nacional, por encima de los ingresos que deja la exportación petrolera, pero ¿se ha preguntado lo que las remesas enviadas significan en la vida de los trabajadores indocumentados?

Simplemente, para enviar dólares a sus familias, los trabajadores mexicanos tienen que “apretarse el cinturón”, como se dice acá; soportan humillaciones, cárcel, extorsiones y otro tipo de bajezas. No todos los indocumentados tienen un trabajo facilito, qué sí los habrá, pero en general la vida de estos compatriotas es muy triste, poco agradable y viven con la angustia diaria de ser deportados en cualquier momento.

Aun así, por la falta de trabajo en México, muchos jóvenes se arriesgan, pocos llegan, otros mueren en el intento y en este sentido las cifras reales de desaparecidos serían inimaginables, porque no hay reportes reales, a falta de documentos de quienes van allá.

Donald Trump les quiere aplicar un porcentaje a quienes trabajando allá no tienen todas las facilidades para laborar. Este extraño y fascista presidente; tampoco quiere dar trabajo, en general, a todos los latinoamericanos que buscan mejorar su vida y aliviar su pobreza; pero si por casualidad encuentran “jale” de lo que sea, como se dice en el argot migrante, tienen que pagar impuesto por sus magras ganancias.

Aunque las autoridades han echado de su ronco pecho y se solidarizaron con nuestros connacionales, la verdad es que estos esforzados trabajadores no tienen la protección necesaria como para seguir trabajando allá, aunque sea recogiendo basura.

Es más, su desesperación y desgracia seguirá siendo una veta riquísima para que funcionarios de toda laya se levanten el cuello y griten a los cuatro vientos que ellos sí van a defender a los paisanos. Esta pesadilla que viven los migrantes en Estados Unidos, ni la sienten, ni la apoyan como debiera ser las autoridades mexicanas; es más bien una oportunidad para reposicionar a sus partidos que están a la baja.

Si en verdad se les quiere ayudar, habría que pensarse en nuevas estrategias para abrir miles de plazas laborales en todo el país; repensar y aplicar beneficios sociales en México, y entre estos irían primero la educación, la salud y oportunidades de trabajo, porque los programas sociales no son reales y no bastan a una población donde todos somos migrantes en potencia.

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