Visión Puntual

¿Tiene remedio el PRI?

Por: José Contreras Contreras

La política es dinámica, lo que ocurre hoy puede variar de forma acelerada y mañana ser muy distinto. Lo único que no cambiado en el último año es el tobogán en el que se subió el Partido Revolucionario Institucional, lo que le ha dejado muy minado al interior y por supuesto hacia el exterior las cosas no son mejores.

No es una visión pesimista la que lleva a esta reflexión, sino un análisis objetivo de las cifras y de la situación tan desafortunada que vive ese instituto político que ha hecho tanto por la construcción del país, y en particular del Estado de México, pero que hoy luce desdibujado y con pocas o nulas posibilidades de recuperar su grandeza.

El Partido Revolucionario Institucional (PRI) perdió más de cuatro millones de militantes en los dos últimos años, pues su Comité Ejecutivo Nacional reportó, de manera oficial, que a finales del 2019 tenía a dos millones 300 mil afiliados, cuando en 2017 tenía a 6 millones 368 mil 763 militantes registrados ante el Instituto Nacional Electoral.

La pregunta es: ¿qué provocó la desbandada de priistas en este país? Y más todavía: ¿A dónde fueron a parar esos más de cuatro millones de militantes que, de acuerdo con las cifras oficiales del Instituto Nacional Electoral, perdió el Revolucionario Institucional?

Es cierto que la derrota del 2018 minó mucho el ánimo priista, muchos fueron los que decepcionados votaron por el partido que por décadas apoyaron, primero por la imposición de un candidato que se cansó de decir a los cuatro vientos que él no era priista; algunos aseguran que se trataba de una “estrategia” para desvincular a José Antonio Meade de todo lo malo que había acumulado el PRI en los últimos años, pero otros, los más conservadores, advierten que se trató de la peor estrategia electoral en la historia del tricolor.

El resultado es obvio, el PRI perdió no solamente en las urnas, con más de 30 millones de votos a favor de alguien que durante los últimos 18 años habían mantenido “a raya” en sus propósitos electorales, sino también perdió militancia, arraigo social y respaldo político.

Las causas de la desbandada, además de la derrota ante López Obrador, pues están dentro y fuera del mismo instituto político, una dirección nacional en constante renovación que no ha logrado arraigarse y mucho menos ser aceptada por los viejos militantes quienes no encuentran respuestas claras y precisas a la realidad que vive ese mismo partido político.

Al PRI nadie le ha hecho tanto daño como los mismos priistas, sobre todo aquellos que tuvieron la valiosa oportunidad de ejercer el gobierno, vía la elección popular, que en su mayoría decepcionaron incluso a quienes los apoyaron. Coahuila, Veracruz, Tamaulipas, son entidades donde lamentablemente se fue construyendo el ataúd priista, donde los malos gobiernos parecían empecinados a lograr la extinción del tricolor.

Por lo que respecta al último gobierno federal priista, encabezado por el mexiquense Enrique Peña Nieto, pues en realidad nunca supo o quiso responder a la confianza que en el depositaron muchas mujeres y hombres de este país, quienes en su oportunidad se volcaron a favor de quien dio múltiples motivos para que la mayoría dejara de creer en el varonil personaje que luego resultó más producto de una mala telenovela que de la realidad política que demanda esta nación.

Son muchos los priistas que han contribuido negativamente al Partido Revolucionario Institucional: promesas nunca cumplidas, administraciones faraónicas que se apartaron de las necesidades básicas de la población, nepotismo, corrupción y cientos de obras abandonadas las cuales no soportan la menor revisión sin evidenciar malos manejos e intereses personales muy por encima de los públicos.

Sin embargo, el PRI está obligado a reconstruirse, a rehacerse, porque a este país le hace falta un factor que restituya el equilibrio político y de poderes, más frente a na gestión unipersonal que cada día amenaza más en convertirse en dictatorial, misma que no oculta en ningún momento el deseo ardiente de trascender en el tiempo.

El PRI pierde clientela

Pero ¿qué debe hacer el PRI del año 2020 para reconstituirse? Pues aunque parezca una paradoja el Revolucionario Institucional debe volver al origen si desea actualizarse y modernizarse, porque también el tricolor perdió estructuras políticas, abandonó a sus sindicatos, se olvidó de sus centrales campesinas y mucho menos hizo nada por conservar el llamado sector popular, que al final del día se convirtió en mayoritario pero que no encontró, ni encuentra, una razón lógica por permanecer en ese instituto político.

El PRI debe volver a sus bases, no solamente para intentar democratizarse y elegir líderes reales, auténticos, con arraigo popular, sino, sobre todo, para que sea la base la que reconstruya lo que algunos malos dirigentes y pésimos gobernantes le hicieron.

Si el PRI reconstruye su presencia social podrá superar su crisis, pero para ello debe recordar lo que es hacer política en las calles, en las fábricas, en las colonias, en los ejidos, ahí donde ya hace muchos años que ningún priista va, solo cada tres años cuando hay que ir a pedir el voto.

Hoy el PRI no puede operar ni tiene al alcance los programas sociales con los que jugó los últimos sexenios, desde Carlos Salinas de Gortari, el Programa Nacional de Solidaridad y ese tipo de “bellezas”; con recursos limitados debe el PRI recordar cómo se encabezan causas ciudadanas, cómo se abanderan los conflictos y problemas en la periferia de las ciudades, cómo se marcha hombro con hombro con los campesinos, como ya hace mucho que no lo hace.

La reconstrucción del PRI no está en las cómodas oficinas del Comité Ejecutivo Nacional y mucho menos en su sede estatal de Doctor Nicolás San Juan. No importa quién sea el o la dirigente de ese maltrecho instituto político, lo que en realidad importa es quiénes formen todavía parte de la base social, pues sin ésta no se irá lejos en el objetivo de revivir a esa fuerza social.

En el Estado de México hay un personaje que tiene todas las posibilidades de encabezar esa nueva batalla en la historia priista, el último de su clase política que podría todavía conjuntar voluntades y encausar a quienes todavía creen en el PRI. Es cuestión que tenga ganas, que despierte, que abandone la oficina y retome las calles. Podría ser la última oportunidad para regresar a los mejores tiempos del priismo. Es cuestión de querer hacerlo.

MORENA y sus propias angustias

Por su parte, la fuerza política mayoritaria en estos momentos radica en el Movimiento de Regeneración Nacional, instancia política que ni siquiera ha terminado de constituirse formalmente en un partido político, pero que tuvo y tiene la base social necesaria para articularse hacia el objetivo que desee y conquistar, hoy por hoy, cualquier posición política.

Precisamente en las vitrinas de MORENA fueron a parar muchos de los militantes que anda buscando el PRI del 2019, con relación al del 2017. Allá están muchos de los que se cansaron de seguir esperando una oportunidad de dejar de ser carga pancartas y ser tomados en cuenta verdaderamente por su arraigo social.

Sin embargo, las cosas en MORENA no andan nada bien en los últimos meses, priva un divorcio interno que va más allá de lo doméstico, el cual se hace público y se palpa con insistencia como uno de los factores que bien podrían echar abajo todo lo conquistado en la última  elección federal.

Un consejo de los viejos boxeadores es “pégale a la cabeza, que el cuerpo cae solo”, y eso es lo que bien podría suceder en los próximos comicios al Movimiento de Regeneración Nacional, pues si no es capaz de reconfigurar una cabeza, tarde o temprano el cuerpo se vendrá abajo.

MORENA cumplió más de un año de no poder sacar adelante un proceso de elección de sus dirigencias nacional y estatales, están entrampados en el cómo, cuando en realidad la batalla debería ser por el quién.

El Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en su oportunidad, con mucho respeto, tal vez demasiado, dictó una línea política para decidir las dirigencias: las encuestas, pero nadie le hizo caso, los morenistas siguen enfrascados en una disputa intestina donde las posturas personales y de grupo siguen siendo más importantes que los intereses generales de esa organización política.

Cuando alguien se dé cuenta de que el Presidente López Obrador tenía razón y que lo más conveniente para MORENA era una imposición estadística de los más respaldados para ser dirigentes nacional y en los estados, tal vez sea demasiado tarde y los efectos negativos de esa necedad sean irremediables.

En realidad hoy en MORENA no sería trascendente quién es o no el presidente o presidenta nacional, porque en realidad el poder político no está depositado en ningún otro que en el propio Presidente López Obrador, pero, desafortunadamente, la visión de los cacicazgos que privan al interior ha sido más fuerte que la inteligencia mínima que se requiere para poner orden donde no lo hay.

A nivel estatal ni siquiera es necesario explicar que las cosas están exactamente en la misma tesitura, pues mientras no exista una cabeza nacional formal, bien definida, democráticamente establecida, lo que ocurra en la estructura de poder en suelo mexiquense no será más que reflejo negativo de lo que sucede a nivel nacional.

Es ese el mayor riesgo que hoy enfrenta el Movimiento de Regeneración Nacional, convertirse en “flor de un día”, en perder tan rápido como ganaron todo lo conquistado, en un proceso como ya lo vivieron otras fuerzas políticas nacionales como el Partido de la Revolución Democrática, de lo cual a nadie debe extrañar que ocurra, más si se toma en cuenta que son en realidad casi los mismos que destruyeron al PRD los que hoy parecen querer condenar a MORENA al fracaso.

A pesar de ese mal momento, el cual debería resolverse pronto si es que se desea apostar a trascender más allá de un sexenio como fuerza política nacional mayoritaria, MORENA tiene hoy todas consigo desde el punto de vista electoral.

Más allá de lo que digan las casas especializadas en encuestas, la verdad es que MORENA podría ganar cualquier elección federal o estatal en estos momentos, y no porque sea el mejor partido político, sino porque frente a si no tiene prácticamente a nadie.

La oposición a la mayoría del Movimiento de Regeneración Nacional es prácticamente inexistente en este momento, lo que se puede ver en municipios y en los órganos de representación popular, como la Cámara de Diputados del Estado de México, donde su dominio es absoluto, basado en el rechazo social que priva en contra de aquellos partidos políticos que como el PRI y el PAN ya tuvieron su oportunidad y no demostraron nada bueno.

Hoy la sociedad mexicana, y la mexiquense muy en particular, adopta una posición como de brindar una oportunidad a esta nueva fuerza política, con ganas de que MORENA le demuestre que sí es capaz de hacer mejor las cosas, en el entendido que lo ya vivido antes siempre fue peor de lo que se esperaba.

En esa circunstancia, hoy MORENA tiene a su peor adversario dentro de sí mismo, como partido político, y si algo malo ocurriera en materia electoral, no sería por lo que los otros fueron capaces de hacer, sino más bien por lo que los propios dirigentes y militantes del Movimiento de Regeneración Nacional dejaron de hacer o no fueron capaces de hacer.

La última y nos vamos…

Mientras la fuera intestina de los partidos políticos cobra fuerza, lo que verdaderamente luce “desinflado” es el panorama económico del Estado de México. Quien, como yo, tenga memoria clara de los últimos sexenios, de las administraciones de Emilio Chuayffet Chemor, César Camacho Quiroz, Arturo Montiel Rojas, Enrique Peña Nieto y hasta de Eruviel Ávila Villegas, sabrá que esta entidad nunca había tenido un rezago económico tan serio como el que actualmente se vive.

La defensa discursiva apunta a que todo es “reflejo” de lo que ocurre a nivel federal; es decir, que la economía del Estado de México no camina porque la del país tampoco se mueve. Y puede que haya una parte de razón, pero no del todo.

En el Estado de México se han dejado de hacer cosas que antes se hicieron y que dieron muy buenos resultados, por lo menos en materia de atracción de inversión productiva, de la que contribuye a crear empleos, empleos que dinamizan la economía local para que los sectores económicos se muevan, todo en un círculo virtuoso.

Un análisis simple de la situación económica de esta entidad, en los últimos años, permite observar que la inversión productiva trazó nuevas rutas, primero, porque aquí se dejaron de ofrecer incentivos fiscales que resultaran atractivos. Hoy la inversión que requiere atacar la zona centro del país se ha concentrado en Querétaro, y no porque esa entidad sea más bonita que el Estado de México, sino porque simplemente allá se ofrece exención de impuestos y contribuciones hasta por 10 años a las nuevas empresas. Por eso se van para allá.

Por otra parte, entidades como Querétaro o Hidalgo están atrayendo más inversiones porque son más seguras. En un comparativo simple de las cifras que mes por mes aporta el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad, es fácil observar que el Estado de México se ubica siempre entre las primeras tres entidades del país en todos los delitos, principalmente en los llamados de alto impacto: homicidio, secuestro, extorsión, robo a transporte, que son los que más afectan a los inversionistas, siempre resultamos como los más afectados, mientras que las entidades vecinas se ubican de media tabla para abajo.

Esa es la realidad de por qué no se mueve la economía mexiquense, no es simple reflejo de lo que ocurre a nivel federal, donde las cosas tampoco se están haciendo bien, pero, a pesar de ello, hay entidades del país que sí están haciendo lo correcto y que han podido salir adelante, captar inversiones, nacionales y extranjeras, generar nuevas fuentes laborales, y hacer que el dinero fluya y se invierta en infraestructura básica que multiplica el efecto positivo. Mientras, aquí seguimos en las disculpas, perdón, el discurso oficial. ¿O no?  

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