POR: YAZMIN RIVERO

+++ ¡UNA CARPETA QUE NO SE CIERRA ES UN DOLOR QUE NUNCA DEJA DE DOLER!
+++ ¡LA VERDADERA JUSTICIA NO NACE DEL ODIO, SINO DEL EQUILIBRIO QUE PROTEGE A TODOS POR IGUAL!
Vivimos en una sociedad en la que el peligro parece ser una constante. La inseguridad se convierte en una sombra que acompaña el día a día, recordándonos que nunca estamos del todo a salvo.
Sin embargo, lo más doloroso no es solo la presencia de ese riesgo, sino la falta de herramientas suficientes para erradicarlo.
Los procesos que deberían traer justicia suelen quedarse a la mitad, pues la falta de recursos, de interés o de capacidad impide que muchas veces se logre el cierre total de una carpeta de investigación.
Así, los casos permanecen abiertos, no solo en los archivos, sino también en las heridas de quienes esperan respuestas que nunca llegan.
Cada carpeta inconclusa representa una historia sin justicia, un dolor que no encuentra descanso, una herida que sigue sangrando en silencio.
Y lo más triste es que nos acostumbramos a vivir en medio de esa incertidumbre, aprendiendo a cargar con ausencias y con preguntas que no se responden.
Como sociedad, merecemos algo más que la resignación.
Merecemos un sistema que no se detenga a mitad del camino, que no abandone la búsqueda de la verdad.
Porque mientras una investigación quede abierta sin justicia, también queda abierta la herida de una familia, de una comunidad y de un país entero que aún espera sanar.
+++ En los últimos años hemos sido testigos de cómo la justicia se ha convertido en un terreno donde no siempre se busca la verdad, sino a veces la revancha.
Existen denuncias que, más que estar motivadas por un deseo legítimo de justicia, nacen de un sentimiento de odio o de venganza. En muchos casos, esto recae sobre los hombres, colocándolos bajo un señalamiento que no siempre corresponde con la realidad.
Sin embargo, es importante reconocer que visibilizar estas situaciones no significa deslegitimar la lucha de las mujeres, quienes durante décadas han alzado la voz frente a la violencia real y sistemática que padecen.
Se trata, más bien, de entender que la violencia no tiene género, que no se limita a un lado de la balanza, y que cuando se actúa con falsedad también se daña a todo un movimiento social que busca un futuro más justo.
Cada denuncia falsa no solo marca injustamente, también debilita la confianza en quienes realmente necesitan ser escuchad@ y atendid@s.
Y en esa confusión, la sociedad entera se ve atrapada en un círculo de desconfianza que alimenta más división que soluciones.
Hoy más que nunca debemos recordar que la justicia no puede ser utilizada como arma de venganza, sino como herramienta de verdad y equilibrio.
Reconocer que la violencia no distingue géneros, es el primer paso para construir un sistema que proteja a todos por igual, sin privilegios ni prejuicios, y que no permita que el dolor de unos se use como excusa para lastimar a otros.