
El primer año del gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo marca un antes y un después en la historia de la salud pública en México. Lo que durante décadas fue una aspiración —la atención médica universal, gratuita y de calidad— hoy comienza a tomar forma concreta bajo la conducción de una mujer de ciencia, con visión social y con una profunda convicción humanista.
Desde el primer día, la presidenta Sheinbaum dejó claro que la salud no es un privilegio, sino un derecho. Esa convicción ha guiado una política pública coherente, sólida y profundamente transformadora. Hoy, millones de mexicanas y mexicanos están recibiendo atención médica sin costo, medicamentos gratuitos y servicios de salud dignos en clínicas y hospitales que antes eran letra muerta en los presupuestos o ruinas del abandono.
A diferencia de las administraciones pasadas, que vieron la salud como un negocio o una carga presupuestal, la presidenta Sheinbaum ha devuelto al Estado su papel rector. Con el fortalecimiento del IMSS-Bienestar, el gobierno ha emprendido una cruzada nacional por la equidad sanitaria, garantizando que la atención médica llegue a los rincones más apartados del país.
El modelo es claro: una política de salud pública integral, articulada, con criterios de eficiencia y justicia social. El abasto de medicamentos supera ya el 90 %; se han inaugurado o están en construcción 31 nuevos hospitales, y se han creado 12 clínicas de atención primaria, además de reforzar las existentes con equipamiento y personal médico especializado.
Estas cifras no son propaganda: son resultados verificables que se sienten en las comunidades, en los barrios, en las familias. La salud vuelve a ser un acto de Estado, no una limosna.
La formación científica de la presidenta Sheinbaum —su rigor técnico, su capacidad de planeación y su método basado en la evidencia— se combinan con una sensibilidad social poco común. Esa dualidad explica el éxito de su política de salud.
No se trata solo de construir hospitales, sino de reconstruir la confianza de la ciudadanía en las instituciones. Se han implementado protocolos nacionales de atención médica, asegurando que en cada nivel —desde el centro de salud rural hasta el hospital de alta especialidad— exista coherencia en el tratamiento y calidad en la atención.
Programas como “Salud Casa por Casa” reflejan esta nueva filosofía: la salud no espera al paciente, sino que va a su encuentro. Se trata de una visión revolucionaria en términos administrativos, pero sobre todo profundamente humana.
Cada consulta médica gratuita, cada medicamento entregado a tiempo, cada quirófano equipado, es una victoria del pueblo sobre la desigualdad. Bajo el liderazgo de Sheinbaum, el Estado mexicano ha vuelto a cumplir con su deber más sagrado: proteger la vida y la dignidad de sus ciudadanos.
Además, la presidenta ha hecho posible algo que parecía imposible: coordinar a las instituciones del sistema de salud —IMSS, ISSSTE, Secretaría de Salud e IMSS-Bienestar— bajo un mismo modelo de atención universal. Esa convergencia no solo mejora la eficiencia, sino que simboliza una nueva etapa del federalismo sanitario: la cooperación en lugar de la competencia burocrática.
El primer año de gobierno de Claudia Sheinbaum no deja lugar a dudas: la transformación de México avanza con paso firme y rostro humano. La salud pública es hoy una prioridad nacional, no un discurso de campaña.
Los próximos años serán decisivos para consolidar lo construido, pero las bases están firmes. Con responsabilidad, planeación y visión, el gobierno ha demostrado que un México sano es también un México más justo, más fuerte y más libre.
Claudia Sheinbaum ha inaugurado una nueva época en la historia de la salud mexicana: la época en que el Estado vuelve a cuidar a su pueblo.